Muchos terminan su existencia enterrados, embalsamados o incinerados, con lágrimas, una fiesta o con sus cenizas esparcidas por el espacio. Las costumbres fúnebres reflejan nuestra interpretación de la vida y la muerte. Aquí te proponemos los diferentes ritos de este ámbito.
El hombre es la única criatura que entierra a sus difuntos, y en todas las sociedades han existido creencias sobre almas, espíritus y vida después de la muerte, por lo que los ritos de despedida presentan formas muy diversas en todo el mundo y a través de todas las épocas.
Los ritos funerarios pueden agruparse en dos clases, según el sentido que cada comunidad le dé a la muerte. Por un lado, están las sociedades que creen que con el cuerpo se pierde una parte esencial de la persona; por otro, las convencidas de que el alma es anterior a nuestra vida en este mundo y sobrevive a la muerte corporal.
En las primeras, se momificaban a los cadáveres y se llenaban las tumbas de objetos personales, alimentos y ofrendas para prever la resurrección en el futuro y ayudar al alma en su viaje hacia otra vida: hebreos, vikingos, judíos, árabes, cristianos y sobre todo, egipcios lo hicieron. Los que creen en la reencarnación del alma, como hindúes y budistas, prefieren otras fórmulas, como la cremación.
Las primeras tumbas conocidas datan de la Edad de Piedra, hacia el año 3000 AC. En ellas, los cadáveres aparecen acostados hacia un lado y encogidos, y junto a ellos hay comida, herramientas y ornamentos. Ya en la antigua Mesopotamia se creía que quienes eran mal enterrados podían provocar desgracias. Los cretenses inscribían direcciones para la otra vida en las sepulturas de sus difuntos, y griegos y romanos les proveían con dinero para los dioses e incluso pasteles para el cancerbero, el perro guardián de las puertas del más allá.
Pero quienes llevaron más lejos el culto funerario fueron los egipcios. En la época de los faraones, conservar el cuerpo se creía indispensable para acceder a otra vida, y con este fin nobles y reyes hacían preservar sus restos y equipaban lujosamente sus tumbas esperando el día de su resurrección. Una vez muertos, se guardaban sus vísceras en los llamados “vasos canopos” (un equivalente a las reliquias de santos entre cristianos y árabes), embalsamaban el resto con compuestos especiales, se celebran unos funerales que podían incluir danzas mortuorias y competiciones atléticas, se depositaban los cadáveres en elaborados nichos y sarcófagos de madera y piedra, y se construían pirámides lujosamente ornadas e inaccesibles a los vivos para acogerlos.
El hombre es la única criatura que entierra a sus difuntos, y en todas las sociedades han existido creencias sobre almas, espíritus y vida después de la muerte, por lo que los ritos de despedida presentan formas muy diversas en todo el mundo y a través de todas las épocas.
Los ritos funerarios pueden agruparse en dos clases, según el sentido que cada comunidad le dé a la muerte. Por un lado, están las sociedades que creen que con el cuerpo se pierde una parte esencial de la persona; por otro, las convencidas de que el alma es anterior a nuestra vida en este mundo y sobrevive a la muerte corporal.
En las primeras, se momificaban a los cadáveres y se llenaban las tumbas de objetos personales, alimentos y ofrendas para prever la resurrección en el futuro y ayudar al alma en su viaje hacia otra vida: hebreos, vikingos, judíos, árabes, cristianos y sobre todo, egipcios lo hicieron. Los que creen en la reencarnación del alma, como hindúes y budistas, prefieren otras fórmulas, como la cremación.
Las primeras tumbas conocidas datan de la Edad de Piedra, hacia el año 3000 AC. En ellas, los cadáveres aparecen acostados hacia un lado y encogidos, y junto a ellos hay comida, herramientas y ornamentos. Ya en la antigua Mesopotamia se creía que quienes eran mal enterrados podían provocar desgracias. Los cretenses inscribían direcciones para la otra vida en las sepulturas de sus difuntos, y griegos y romanos les proveían con dinero para los dioses e incluso pasteles para el cancerbero, el perro guardián de las puertas del más allá.
Pero quienes llevaron más lejos el culto funerario fueron los egipcios. En la época de los faraones, conservar el cuerpo se creía indispensable para acceder a otra vida, y con este fin nobles y reyes hacían preservar sus restos y equipaban lujosamente sus tumbas esperando el día de su resurrección. Una vez muertos, se guardaban sus vísceras en los llamados “vasos canopos” (un equivalente a las reliquias de santos entre cristianos y árabes), embalsamaban el resto con compuestos especiales, se celebran unos funerales que podían incluir danzas mortuorias y competiciones atléticas, se depositaban los cadáveres en elaborados nichos y sarcófagos de madera y piedra, y se construían pirámides lujosamente ornadas e inaccesibles a los vivos para acogerlos.
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