Pesadillas o terror al dormir?
Cada noche soñamos unas cinco o seis veces. Los sueños de los chicos menores de cuatro años son aún muy poco estructurados, y apenas tienen acción. Pero, a la edad de cinco o seis años, comienzan a ser dinámicos, con un contenido cada vez más complejo, aunque el pequeño casi nunca actúa por sí mismo, sino que es la víctima pasiva de la actuación de los demás. Así pues, no es de extrañar que sean especialmente terroríficos.
Conviene dejar claro que una pesadilla no es lo mismo que el llamado terror nocturno. En este caso, el niño se despierta fuera de sí, gritando y visiblemente asustado. No sabe dónde está, ni responde a las palabras de los padres. Después de cinco o diez minutos todo ha pasado. El pequeño se da vuelta y sigue durmiendo. A la mañana siguiente no se acuerda de nada.
Según algunos investigadores del sueño, la explicación de este fenómeno es netamente organicista: a cada fase de sueño ligero (en la que soñamos) le sigue otra de sueño profundo. Cuando el niño no logra pasar de una fase a la otra, aparece el terror nocturno.
Las mediciones de la actividad cerebral, de los latidos cardíacos y de la frecuencia respiratoria muestran que todas estas actividades corporales se disparan en cuestión de segundos. Es aconsejable acariciar al niño, pero no conviene tratar de despertarlo. Algunos médicos suponen que es hereditario, otros que puede ser desencadenado por la falta de sueño.
Y, por supuesto, sigue teniendo gran peso la interpretación psicoanalítica de estos terrores como síntomas de un conflicto emocional más serio y profundo sobre el que los padres deberían reflexionar o, incluso, acudir a un psicólogo.
Mientras que el terror nocturno no tiene ninguna función positiva, los sueños son necesarios, incluso las pesadillas. Gracias a ellas, los niños se liberan de muchas tensiones a las que no pueden dar salida durante el día.
A menudo los chicos expresan sus sentimientos trasladándolos a algún animal, ogro o monstruo mezcla de ambos. No suele tratarse de una simbología muy compleja pero, a veces, incluso estos sueños tan sencillos requieren una clave para comprenderlos.
Por ejemplo, un cocodrilo -o cualquier otro monstruo con muchos dientes- simboliza la agresividad. Pero de qué tipo de agresividad se trata, depende de cada niño y de sus circunstancias personales.
Quizá tiene miedo a ser devorado por su propia madre ("te comería a besos"), quien por puro amor lo sobreprotege o, quizás, lo domina y no le deja espacio para que se independice. Un lobo que persigue al pequeño podría simbolizar a un padre demasiado autoritario.
Conviene dejar claro que una pesadilla no es lo mismo que el llamado terror nocturno. En este caso, el niño se despierta fuera de sí, gritando y visiblemente asustado. No sabe dónde está, ni responde a las palabras de los padres. Después de cinco o diez minutos todo ha pasado. El pequeño se da vuelta y sigue durmiendo. A la mañana siguiente no se acuerda de nada.
Según algunos investigadores del sueño, la explicación de este fenómeno es netamente organicista: a cada fase de sueño ligero (en la que soñamos) le sigue otra de sueño profundo. Cuando el niño no logra pasar de una fase a la otra, aparece el terror nocturno.
Las mediciones de la actividad cerebral, de los latidos cardíacos y de la frecuencia respiratoria muestran que todas estas actividades corporales se disparan en cuestión de segundos. Es aconsejable acariciar al niño, pero no conviene tratar de despertarlo. Algunos médicos suponen que es hereditario, otros que puede ser desencadenado por la falta de sueño.
Y, por supuesto, sigue teniendo gran peso la interpretación psicoanalítica de estos terrores como síntomas de un conflicto emocional más serio y profundo sobre el que los padres deberían reflexionar o, incluso, acudir a un psicólogo.
Mientras que el terror nocturno no tiene ninguna función positiva, los sueños son necesarios, incluso las pesadillas. Gracias a ellas, los niños se liberan de muchas tensiones a las que no pueden dar salida durante el día.
A menudo los chicos expresan sus sentimientos trasladándolos a algún animal, ogro o monstruo mezcla de ambos. No suele tratarse de una simbología muy compleja pero, a veces, incluso estos sueños tan sencillos requieren una clave para comprenderlos.
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